Capítulo VI
El rubio asintió—sólo estoy avergonzado, me venció un mocosito—comentó sacando la lengua como niño pequeño.
Ziel rio suave—Estás perdiendo el toque.
—Eso jamás—contestó el rubio alzando su puño en señal de amenaza.
—Tuviste suerte—comentó con preocupación Ziel, un descuido así hubiese sido fatal sino fuese por la inexperiencia del pelirrojo.
—Sí—confirmó Gelb—más que fuerza le faltó coraje, lo vi en sus ojos.
Ziel sonrió de medio lado—lo imagino, se nota que ese mocoso no ha estado siquiera en una pelea real.
Gelb asintió con una sonrisa tonta, le agradaba que el emperador fuese una persona con escrúpulos y no un asesino sin corazón.
La amena conversación fue interrumpida por Ode que abrió la puerta y asomó la cabeza—Ziel, quiero hablar contigo.
Las grises orbes de Ziel mostraron fastidio, Ode le caía mal, le parecía una persona traicionera y problemática. Suspiró y le revolvió los cabellos al rubio antes de salir—nos vemos.
Una vez afuera, Ode espetó—no te metas en mis asuntos Ziel, o lo vas a lamentar.
El chico de largo y lacio cabello castaño enarcó una ceja—¿perdón?
—Lo que oíste, no quiero que andes como vieja chismosa contándole a Ehre lo que hago o dejo de hacer.
Ziel sonrió burlón—¿tú crees que a Ehre le interesa tú vida?
Los ojos de la chica refulgieron de furia pero Ziel continuó.
—Además, a mí no me interesa hablar sobre ti, pero tampoco cubrirte las espaldas…
—Tú no…—interrumpió apretando los puños, pero él la volvió a cortar.
—No me interesa si eres un remedo de puta barata pero algo sí te digo, no te metas con el clan o serás tú quien lo va a lamentar.
Ode iba a abofetearlo pero él detuvo su mano, se miraron por un momento trasmitiéndose mutuamente cuanto se aborrecían, hasta que finalmente ella se zafó de su agarre y se marchó mascullando maldiciones.
Ziel suspiró negando con la cabeza y volvió con el rubio, lo encontró de pie tocándose las vendas.
—¿Te sientes bien como para caminar?
—Sí—afirmó el rubio—me molesta un poco, pero he estado peor.
Ziel sonrió—entonces vamos a comer algo.
La tarde estaba muriendo cuando Ehre llegó con Naivität en brazos, todos se sobresaltaron ante la actitud condescendiente de este que sin mediar palabras con sus compañeros llevó al pelirrojo, no al oscuro sótano, sino a su propia habitación. Si hubiera sido otro lo hubiera soltado en el suelo con brusquedad y lo hubiese amenazado siniestramente. Maler simplemente se encogió en hombros cuando las miradas interrogantes se posaron en él.
Ehre entró a su habitación y cerró la puerta, todo ayudado por sus pies pues tenía las manos ocupadas con el chico. Pensaba dejar al pelirrojo en la cama pero este aún lo sujetaba con fuerza y seguía llorando, aunque un poco más calmado; entonces se sentó en la cama recostando su espalda en la cabecera, dejando al pelirrojo sobre sus piernas recargado en su amplío pecho.
Así permanecieron unos minutos, Naivität sollozando tenuemente y Ehre acariciándole constantemente el cabello, compartiendo el calor de sus cuerpos y escuchando el latir de sus corazones, Ehre sentía embriagarse con el dulce olor del chico, sus ojos se clavaron en los labios del menor, hinchados y enrojecidos por el ataque salvaje de aquel hombre, deseaba acariciarlos, probarlos, en aquel momento el chico pareció calmarse, entonces sus orbes negras buscaron las verdes que enrojecidas por el reciente llanto lo miraban fijamente.
—¿Te sientes mejor?—preguntó con un tono dulce, extrañó en él.
Pero entonces el pelirrojo lo empujó mientras gritaba—¡Suéltame, hijo de puta!—al tiempo que se levantaba.
Ehre se sorprendió sobremanera, cuando alcanzó a reaccionar se puso de pie de un salto para encararlo y por qué no, intimidarlo con su elevada estatura—pero qué coño te pasa ¿estás loco?
—¡Cállate, pervertido, no me vuelvas a tocar!—volvió a gritar con cara de repulsión, alterado como estaba a su mente venía el recuerdo del azabache arrinconándolo en el sótano.
Los gritos, que se escuchaban claramente en el salón, sobresaltaron de nueva cuenta a los demás, quienes se miraron entre sí confundidos, sólo Ziel y Maler parecían calmados, claro sin contar a Wass que pasaba desapercibido. Maler se levantó del sofá y caminó hacia la habitación de Ehre, los demás tragaron grueso pues sabían que acercarse a Ehree cuando estaba molesto era lo mismo que echarse a un pozo de leones enfurecidos.
En la habitación seguía la discusión, ante el intento de Naivität de alejarse Ehre lo tomó por ambos brazos y se le acercó al rostro con semblante amenazante—Mira mocoso, aquí tú no eres más que mercancía y yo soy tú dueño, hago lo que se me da la gana ¿te quedó claro?
—¡vete al diablo, maldito!—replicó Naivität haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no gemir de dolor por la fuerza del agarre, además que se estaba intimidando.
En eso la puerta se abrió dejando pasar a un sereno Maler—Ehre—llamó intentando calmarlo, sabía que cuando Ehre se enojaba no medía las consecuencias de sus actos.
Así, los dos que discutían, callaron y lo miraron molestos, Ehre aún no soltaba al menor.
Maler, entonces por primera vez, pudo ver el rostro del pelirrojo, puesto que en la cueva Ehre se interponía en su campo de visión y cuando lo traía cargado el menor escondía el rostro en el cuello de este.
—Que lindo—pronunció en voz alta sus pensamientos, pues el rostro fino de facciones suaves y bellos ojos esmeralda lo habían cautivado.
Ehre frunció el ceño y arrojó con fuerza al menor a la cama—qué coño quieres, Maler.
Los ojos de Maler no se despegaban de la figura del pelirrojo quien enojado se había incorporado, quedando sentado en la cama, con aquella chaqueta que le quedaba enorme, mordiendo su labio inferior para contener la ira, en un gesto que a Maler le pareció muy sensual.
—te estoy hablando—exclamó Ehre empujándolo furioso por el interés que estaba mostrando por su prisionero.
Naivität por su parte respiraba agitado, quería insultarlos, golpearlos y maldecirlos, pero sabía que saldría perdiendo. Provocarlos estaba de más, él estaba en desventaja, en medio de sus cavilaciones no se daba cuenta de las miradas lujuriosas que le lanzaba Maler.
—Ah…ah sí, tenemos una conversación pendiente—dijo sabiendo que con eso Ehre recobraría un poco de cordura.
Ehre respiró profundo, tratando de serenarse, no podía permitir que ese mocoso pelirrojo lo volviera loco—está bien, vamos—exclamó empujando a su primo fuera de la habitación, le echó una última mirada amenazante al pelirrojo antes de él también salir y cerrar con llave la puerta.
Una vez solo Naivität soltó el aire que ni él sabía tenía contenido y se masajeó las sienes con desespero—¡Demonios, qué voy a hacer!
Omg que lindo resultó ser Ehre!
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