Capítulo I
A nadie les gustaba hacer trato con ellos porque les tenían miedo y desconfianza, pero la capacidad de escabullirse del emperador Naivität de Brillenglas ameritó sus servicios, eran los únicos que podrían capturarlo. El grupo más peligroso y certero conocido en las grandes cúpulas de poder: Los Koks.
En los límites del sendero estaban ocultos sobre las copas de los árboles, el grupo de secuestradores divididos así: Ode, la única mujer del grupo y Hund, el cazador de lobos en un árbol, Wass alto y silencioso y Ziel llamado “el armador” porque era él quien siempre reunía todos los datos para sus trabajos, en otro, Gelb el más joven del grupo, de cabellera rubia llamativa y finalmente Ehre el frívolo líder en el tercero. Esperaban pacientemente a su víctima. De pronto un carruaje se divisó a lo lejos y Ziel les hizo una seña indicándole que allí venía ésta.
—¿En esa porquería?—susurró Gelb incrédulo, refiriéndose al precario carruaje que se acercaba tirado apenas por un caballo y preguntó burlón-¿es emperador de pobrelandia?
—Cállate tonto—le contestó Ehre en voz baja—no ves que precisamente lo hacen adrede para evitar ataques.
Gelb frunció la boca sintiéndose tonto.
El caballo color café llevaba un trote firme, pero de pronto paró y soltó un relincho, frente a él había saltado una mujer de cabello corto que golpeando el suelo había hecho un tremendo agujero.
—¡Nos atacan!—gritó el cochero con desesperación pues sabía perfectamente que no podrían ofrecer lucha.
Hund rápidamente noqueó al cochero—juego de niños—exclamó con autosuficiencia.
El resto rodeó el vehículo.
Del carruaje bajó un hombre alto con la mitad del rostro cubierto con un velo, este trató de atacar a Ehre quien ya se acercaba al coche pero este fácilmente lo noqueó y abrió la puerta del mismo sorprendiéndose enormemente de lo que veía, frente a él, con unos preciosos ojos verdes asustados estaba un muchachito de unos catorce o quince años, de rostro suave y exótico cabello rojo. Había esperado ver a un viejo regordete siendo el emperador de una nación enorme pero… salió de su ensimismamiento cuando recibió un puñetazo del chico de lo hizo caer de espaldas. El pelirrojo se bajó con premura pero una vez fuera del coche quedó pasmado, eran muchos delincuentes…estaba perdido.
Ehre se levantó con una velocidad impresionante y lo asió fuertemente del brazo hasta hacerle daño pero aun así el muchacho no se quejó y sólo lo miró con odio. Ehre apretaba cada vez más su agarre, quería sacarle una queja, alguna súplica, pero aunque el pelirrojo sentía que pronto se le quebraría un hueso no le dejó ver ninguna mueca de dolor, exasperando al mayor. El ambiente estaba muy pesado, parecían dos fieras a punto de destrozarse.
De pronto una sonora carcajada se escuchó en todo el bosque, era Gelb quien se retorcía de la risa. Ehre y su presa lo miraron sin comprender y entonces el rubio aclaró:
—¡A Ehre lo derribó un nene!—exclamó y rompió en carcajadas nuevamente.
El resto del equipo, quien se había asombrado sobremanera al ver a su líder en el suelo no pudo ahora, evitar seguir al rubio y reír estrafalariamente.
Ehre encolerizó, había sido humillado por un mocoso debilucho, porque eso esa, el golpe que le había dado no tenía nada de fuerza, pero su tontería de haberse quedado como idiota contemplándolo hizo que fuera suficiente para perder el equilibrio—¡Cállense!—rugió con tanta ira que el silencio fue inmediato—Amárralo—le ordenó a Hund al tiempo que le lanzaba al pelirrojo—y vámonos.
Sin decir más, Hund hizo lo que le ordenaron y además de atarlo lo amordazó, no es que el pelirrojo fuese muy hablador, pero nunca se sabe, podría a mitad de camino comenzar a gritar por ayuda y no podían arriesgarse, se echó el pelirrojo al hombro y entonces todos partieron hacia la guarida. En el camino hubo silencio. Todos conocían muy bien a Ehre y sabían que si alguien pronunciaba palabra alguna en sus momentos de ira se convertía en un saco descarga-estrés para el líder y definitivamente cada uno allí apreciaba mucho su propia vida. Ehre yendo delante de todos, como guía, se sentía pésimo, no soportaba la idea de haber quedado en ridículo frente a sus subordinados, no dejaba de pensar que ese renacuajo pelirrojo se las pagaría.
Capítulo II
Los Koks eran una raza especial, sus sentidos eran muy agudos, cien veces más que los de un humano cualquiera, además su fuerza era descomunal, precisamente esas cualidades hicieron que hace unos años las naciones más grandes del mundo se unieran para exterminarlos, por miedo. De aquella cacería que los tomó desprevenidos, apenas sobrevivieron ocho, siete formaban la banda de delincuentes y el otro, hermano de Ehre, había desaparecido hace años. Si estaba muerto o vivía eso nadie lo sabía.
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Wass lo penetraba con tanta rudeza que parecía querer partirlo en dos mientras que Gelb apenas conseguía sostenerse apretando con sus manos la cabecera de la cama, ambos gemían de placer mientras un tercer gemido se escuchaba en la habitación, era
Ode, quien sentada en un sillón verde, junto a la cama, observaba excitada la escena.
Wass y Gelb terminaron con un sonoro gemido y ella, masturbándose, también terminó; cuando vio a los dos hombres caer pesadamente sobre la cama sonrió al recordar:
Estaba molesta, Ehre la había rechazado de la manera más hosca posible, caminaba furibunda hasta que Gelb se interpuso en su camino con un pastel de fresas.
—…Ode…yo…este…—murmuró con un tenue sonrojo.
Fastidiada rodó los ojos dispuesta a descargar su frustración con el rubio, pero entonces tuvo una idea, lo miró de arriba abajo y sonrió, era un chico muy atractivo después de todo y a ella le vendría bien algo de acción.
—Yo podría ser tu novia—inició mirándolo fijamente.
El rubio sonrió emocionado.
—Con una condición—siguió ella.
—La que sea—contestó con prisa Gelb, llevaba meses babeando por ella.
—Quiero verte follar con Wass—dijo sin tapujos, le hubiese gustado más que fuese con Ehre pero sabía que este jamás le daría gusto.
Gelb quedó en shock, se preguntó mentalmente si había oído bien y la sonrisa perversa de Ode se lo confirmó.
Las relaciones entre personas del mismo sexo eran comunes entre la gente de su pueblo, pero lo cierto es que jamás se le había cruzado por la mente hacerlo con Wass.
—…per…pero…—Gelb no atinaba a coordinar las ideas.
Ella bufó molesta ante tanta duda-bueno, si no quieres…
—¡Sí!—se apresuró a decir antes de que se fuera, por ella haría lo que sea.
Ella amplió su sonrisa, ansiosa, sabía que Gelb no le negaría nada y ya se sentía húmeda al imaginar la imagen tan erótica que iba a presenciar.
Y de hecho era mejor de lo que había imaginado. Observó a Wass, quien se levantó, se vistió y salió sin decir nada, le había gustado follarse a Gelb y había matado la curiosidad y descargado todo el deseo sexual que llevaba reprimiendo desde hace un tiempo. Ahora podía seguir tranquilo con su trabajo.
La mujer se levantó y comenzó a lamer la espalda sudorosa del rubio, ahora le tocaba a ella comerse a ese bombón.
Mientras, Ehre caminaba sumido en sus pensamientos, ansiaba que Maler, su primo, volviera pronto con valiosa información. Generalmente su banda se limitaba a entregar las presas y cobrar, pero esta vez era diferente, la presa era el emperador de prácticamente la mitad del mundo, con ese pensamiento bufó fastidiado, le era increíble creer que un mocoso tuviera tanto poder político; por otro lado su cliente era Lord Schlange, un poderoso banquero cuyos tentáculos alcanzaban todas las esferas y se corría el rumor de que conocía técnicas siniestras. Le preocupaba que por ignorancia hiciera algo que contribuyera con su perjuicio.
Soltó un hondo suspiro, tal vez si tenían suerte Lord Schlange sólo quisiera al mocoso para follarlo de mil y un maneras, se detuvo en seco con ese pensamiento, a su mente vino la imagen de un dulce pelirrojo asustado, esa primera imagen que tuvo de él en el coche y que lo engañó tontamente, se relamió los labios pensando “no estaría mal violarlo”
Cuando se dio cuenta ya estaba frente a la puerta del sótano donde mantenían al emperador Naivität cautivo. Sin pensarlo mucho entró y bajó las escaleras, abajo todo estaba oscuro y frunció el ceño extrañado, podía oler el miedo del joven emperador y gracias a su vista perfectamente adaptada para ver en la oscuridad, escudriñó el sitio y pronto notó una cabellera rojiza tras un estante, suprimió una sonrisa, era obvio que el pelirrojo trataba de emboscarlo, así que decidió seguirle el juego.
Desde su escondite Naivität veía la silueta de Ehre, creyendo tener ventaja esperaba poder tomarlo por sorpresa y si tenía suerte noquearlo de un solo golpe, aunque sabía que era difícil, el vándalo era muy fuerte, el brazo aún le dolía por el apretón que le había dado. Vio a Ehre avanzar más y pensó que era el momento justo. Lo atacó. No pudo siquiera saber cómo había ocurrido todo, lo único que supo fue que su espalda terminó pegada a la pared y el cuerpo del bastardo muy cerca del suyo.
—¿En verdad eres el emperador?—le preguntó con burla Ehre sosteniendo con una sola mano las dos del chico sobre su cabeza. Su mano libre descansó sobre la cadera del pelirrojo—¿asustado?—preguntó con sorna, pues aunque el chico mantuviera una expresión estoica, él podía oler su miedo.
—Suéltame y pelea como hombre—le contestó clavando sus verdes orbes en los negros del mayor.
Ehre sintió aumentar su libido, recorrió con los ojos el cuerpo del otro, menudito, suavecito y con un olor a jazmines delicioso—¿pelear?, no, no me gusta zurrar a los nenes.
Naivität frunció el ceño muy levemente, pero suficiente para que el azabache lo notara y ampliara su sonrisa—¿qué, el nene se enojó?.
—Quítate, poco hombre—gruñó molesto el pelirrojo.
Ehre apretó su agarre y con brusquedad se pegó al menor colocando su pierna derecha en medio de las de Naivität rozando con violencia el miembro de este al tiempo que su mano viajaba de la estrecha cadera hasta la redonda nalga del menor, apretándola con fuerza-¿quieres que te muestre cuan hombre soy?
Naivität se asustó, se revolvió evitando la mirada del mayor, pues en ese momento no era capaz de ocultar su miedo y no le daría el gusto de verlo vulnerable-¡Suéltame!-exigió con algo de aplomo.
Ehre, como respuesta se inclinó y le mordió el cuello, no tan fuerte para cortarlo pero lo suficiente para marcarlo, su jueguito de amedrentamiento se le estaba volviendo en contra, se estaba excitando demasiado.