Capítulo I
Transitaban por las solitarias calles de la lujosa urbanización Roadgreen al este de Holanda. Gerard conducía, era el médico cirujano de mayor prestigio en toda Europa y por tanto una de las personas más adineradas. Tenía un porte elegante,1,95 cm de estatura, piel blanca y cabellos y ojos negros, su mirada era fría mas esto solo conseguía acentuar su belleza. A su lado iba su amigo Franz, también médico, de 1,92 cm de estatura, cabello castaño y ojos negros, su carácter era despreocupado, amable y conversador; demasiado para el gusto de su amigo. Se conocían desde la infancia y su amistad era sincera. Franz parloteaba mientras Gerard no despaga los ojos de la calle deseando que algún poder mágico dejara mudo a su amigo cuando de pronto ensanchó los ojos:¡un chico cruzaba la calle corriendo frente a ellos! Frenó. Trató de esquivarlo, el ruido de los cauchos barriéndose en el pavimento fue ensordecedor, pero no logró evitar golpearlo, el chico cayó bruscamente y se quedó Inmóvil en el pavimento.
—¡Maldición!—reaccionó Gerard bajando del auto y yendo hacia la víctima.
Franz tardó unos segundos en asimilar lo ocurrido, soltó un profundo suspiro y bajó del auto, vio a Gerard tomándole el pulso al menor quien se veía muy pálido.
—Está...vivo—preguntó tímidamente.
Gerard no contestó, tomó en brazos al jovencito y se acercó a su amigo—toma-dijo ofreciéndoselo.
—...¿eh?...sí—contestó descolocado obedeciendo.
—Sube rápido—dijo Gerard pasándose la mano por el cabello.
Franz asintió, notó que su amigo estaba espantado pero trataba de mantenerse tranquilo, entonces se percató que temblaba. Durante el resto del viaje se mantuvo un silencio tétrico, Franz constantemente se cercioraba de la respiración y pulso del chico al tiempo que presionaba la herida que tenía en el muslo derecho para detener la hemorragia, miraba de reojo a Gerard y percibía su desconcierto.
—"Creí que había logrado frenar"—pensó frustrado Gerard, se le había hecho un nudo en la garganta cuando vio al jovencito tendido en el pavimento-mierda-murmuró imperceptiblemente.
Llegaron a una lujosa quinta, y rápidamente bajaron del auto y entraron, fueron a la recamara principal y depositaron al chico en la cama, Gerard apartó los flequillos rubios del chico para verle mejor el rostro y a pesar de la situación ambos contemplaron embelesados por unos segundos la belleza del crio. Gerard bufó molesto consigo mismo y volvió a su trabajo, con sus manos rasgó el sweater del menor para sacarle la prenda y poder revisarlo, entonces ambos hombres se sorprendieron, el chico tenía marcas amoratadas en las muñecas que indicaban que había sido maniatado y en el cuello exhibía ¡ un chupón! los hombres intercambiaron miradas de desconcierto. Gerard le quitó el pantalón para ocuparse de la herida del muslo derecho, una cortada de unos cinco centímetros y algo profunda, Gerard sacó una sábana y le quitó la mayor parte de la sangre, tomó un antiséptico y le limpió la herida, todo esto con una rapidez casi sobrehumana.
—En el baño hay hilo y aguja antiséptica—dijo Gerard.
Franz fue a buscarlo, insertó el hilo en la aguja, Gerard la tomó y cosió la cortada.
—Busca agua caliente—le dijo a su amigo notando que los tobillos del menor también estaban amoratado, es decir, también lo habían atado de pies. Sin poder controlarse empezó a sentir que su corazón latía fuerte, sentía una ira incontrolable al pensar que habían abusado sexualmente de un chico tan indefenso, Gerard quería cerciorarse, pero quería hacerlo solo, así que esperó a que Franz saliera de la habitación en busca del agua.
Sin darse cuenta Gerard acarició la piel nívea suavemente, lo revisó con cuidado y se alivió al constatar que el muchacho seguía siendo casto. Seguramente el chico había conseguido librase de su agresor, Gerard frunció el ceño mirando al chico y pensó que con su contextura y tamaño no podría ofrecer mucha resistencia…tal vez un milagro.
Franz llegó y con el agua caliente limpiaron bien los raspones y laceraciones, luego colocaron antisépticos y a los moretones antiinflamatorios, vendaron además el pie izquierdo pues tenía una luxación. Gerard buscó en la cómoda uno de sus pijamas, era demasiado grande para el rubio pero por ahora era lo único que podía ofrecerle y con ayuda de Franz lo vistió. Gerard cargó con suavidad al chico.
—Cambia la sábana— le dijo a Franz.
Franz obedeció y rápidamente tendió la cama con una sábana limpia y Gerard entonces depositó suavemente en ella al chico. El pelinegro además pudo detectar anemia y deshidratación, salió un instante de la habitación y luego volvió con suero, se lo puso en el brazo al menor para luego arroparlo. Franz percibió una delicadeza inusual en su amigo y sonrió.
—El maldito que lo atacó no se salió con la suya— comentó Gerard ni bien salió.
—Vaya susto que nos pegó—dijo Franz soltando un suspiro.
Gerard se sirvió un whisky y tomó el trago de golpe.
—¡Oye, primero los invitados!—se quejó fingiendo molestia al tiempo que se sentaba en un sillón de cuero.
Gerard gruñó y le sirvió a su amigo para luego volver a servirse a sí mismo, pensar en que hubo un bastardo que se atrevió a atacar al chico le hacía hervir la sangre.
—¿y ahora?—preguntó Franz.
—Ahora qué—preguntó a su vez Gerard dejándose caer en el sofá y aflojando su corbata.
—Es menor de edad, supongo que hay que ubicar a sus padres—dijo encogiéndose en hombros.
Gerard sorbió un poco de su trago-primero quiero saber quién lo atacó.
Franz frunció el ceño-pero estás loco, te puedes meter en un lío…
—Pudo ser el padre—cortó secamente Gerard.
—“Pero eso que tiene que ver contigo”—pensó Franz sin atreverse a decirlo en voz alta.
—sólo me cercioro, después veré—comentó como si nada.
Franz se rascó la cabeza-por qué no dejas mejor que las autoridades…
—Sólo serán un par de días—cortó nuevamente Gerard algo molesto—hablaré con Helmut.
Helmut era un comisario muy amigo suyo quien le tenía gran estima por haber salvado a su hijo al operarlo hace años.
—Bueno, sí así lo quieres—comentó resignado Franz—por lo menos él es muy discreto.
Una hora después Franz se marchó a su casa, recordándole a su amigo que podía llamarlo a cualquier hora si lo necesitaba, Gerard asintió sabía que podía confiar en su amigo.
Capitulo II
Ya eran las tres de la tarde del día siguiente, la mucama había terminado sus labores, era una mujer mayor que apreciaba mucho a Gerard, así que no hizo preguntas sobre el jovencito que dormía en el cuarto de huéspedes. Gerard volvió a su casa junto a Franz.
—Buenas tardes señor—dijo la mujer inclinando la cabeza.
—Cómo estuvo todo—preguntó él.
—Hola señora Elsa—saludó Franz.
—Buenas tardes señor Franz—saludó ella sonriendo—el niño durmió tranquilo, parece un angelito—comentó recordando el aspecto dulce del chico.
—Bien-dijo sacándose el saco—Franz, ve a cambiarle el suero, debe estar cerca de acabarse.
—Oye no soy una enfermera—masculló, pero Gerard le echó tal mirada que sólo contestó con poco molesto—sí, ya voy.
—Señor, ya me voy—le informó la anciana ya que su horario había terminado.
—Está bien—dijo Gerard con su rostro estoico—la espero mañana.
—Sí—dijo ella y tomando su bolso se fue.
Gerard iba a la cocina a beber un poco de agua cuando escuchó un estruendo proveniente de la habitación del chico, contrariado se apresuró y al llegar a la puerta se encontró a Franz abrazando al chico por detrás, forcejeando con él, la mano del chico sangraba porque se había arrancado el suero y hacia amago de gritar pero tenía la garganta tan irritada que apenas se oía. Franz le rogaba que se tranquilizara mas no surtía efecto.
—¡Basta!—habló fuerte Gerard—o te calmas o te sedo—amenazó.
Franz sintió como el chico se estremecía y se quedaba quieto.
—Mira eso—reprendió enojado señalándole la mano herida—y tú tobillo, por qué te levantas, no quiero que camines-reprendió acercándose a él con paso firme.
Franz percibió el temblor del menor, era un chico muy bajito,1,52 cm,pero se defendía como una fiera.
—Por eso odio a los mocosos—comentó con enojo Gerard y agachándose cargó al chico con sólo un brazo como se hace con los niños, sosteniéndolo con el brazo debajo de su trasero. Pudo entonces escuchar los latidos alterados del chico y sentir su temblor, Gerard cayó en cuenta que después de todo el chico venía de haber sufrido un trauma y era normal que estuviese alterado.
—Se quiso lanzar por la ventana—dijo Franz.
—¡Qué!—exclamó con asombro Gerard—estás loco mocoso—preguntó pero el chico no le respondió y tampoco le podía ver su rostro. Gerard lo llevó a otra habitación, una sin ventanas, y lo depositó en la cama—quiero que te estés quieto—le tomó la mano y pudo sentir lo fría que estaba, el jovencito estaba muy alterado.
—No te va a pasar nada—le dijo Franz y de pronto le sonó el biper-demonios tengo una emergencia ¡rayos!
—Pues ve—dijo Gerard curando la mano del menor.
—Estás seguro—preguntó preocupado.
—Tranquilo yo manejo esto.
—Bueno-dijo no muy convencido—ya sabes, cualquier cosa me llamas.
—Bien-contestó secamente sin dejar su labor.
—Bueno, nos vemos—dijo al salir—adiós pequeño.
Una vez solos Gerard terminó con la mano y comenzó a desabotonarle la camisa pero sintió que el chico le ponía la mano en el pecho como intentando detenerlo, era un toque suave a Gerard hasta se le hizo tierno, miró los ojos del chiquillo y se embelesó, estos eran dos cuencas hermosas de cielo azul pero estaba aterrado y Gerard comprendió-"que bruto soy"—pensó —soy médico, te quito la camisa para revisar tus heridas—le explicó creyendo que así lo tranquilizaría.
El chico bajó la mano, Gerard suspiró, estaba exaltado y eso le preocupaba, era la primera vez que se sentía así con un paciente. Revisó moretones y raspones. Iba a revisar los ojos y se encontró con las lágrimas silenciosas del menor quien veía el techo fijamente. En la mente de este sólo había una frase retumbando en su cabeza:¡tengo que escapar!
Gerard le acarició la mejilla limpiándole las lágrimas, quería decirle algo reconfortante pero era muy torpe con las palabras—ya está—dijo abotonándole la camisa al menor—supongo que no quieres que te ponga suero.
El chico lo miró con miedo.
—Entonces—dijo tomando eso como un no—tendrás que comer, te voy a cargar porque tienes el tobillo luxado, no es conveniente que camines—le explicó, pues creía que esa era la mejor manera de hacerle entender que no lo dañaría. Lo tomó en brazos y lo llevó a la cocina, había pensado sentarse con él en el balcón pero con eso que iba a lanzarse por la ventana, cambió de idea. Vio que Elsa había preparado sopa y sonrió, esa viejita sabía siempre lo que necesitaba, la calentó y se la sirvió al menor quien observó la comida con indiferencia. -come-ordenó el mayor.
El chico no levantaba la cara y los flequillos rubios le tapaban el rostro, eso frustraba a Gerard quien quería contemplar esos orbes azules nuevamente.
—Es eso o el suero—dijo al ver que el chico no comenzaba a comer.
El rubio tomó la cuchara y probó la sopa.
—Cómo te llamas—preguntó Gerard mirándolo fijamente.
El chico no contestó.
—Mira niño, quiero ayudarte a encontrar a tú familia...
—No tengo—contestó el chico en una voz apenas audible, en verdad tenía la garganta muy irritada.
—No tienes—dijo dudoso el doctor—cómo te llamas—preguntó nuevamente.
De nuevo silencio.
—De quién escapabas—preguntó sin tacto notando el sobresalto del menor.
—De nadie—contestó y tosió un poco.
Gerard se levantó, fue al refrigerador, sacó un poco de leche y la puso a calentar, el menor lo observaba atento.
—Termina la sopa—le ordenó mientras esperaba que la leche se calentara.
El chico comió sólo un poco más—ya no quiero—dijo con mucho esfuerzo.
—está bien —dijo Gerard, pensando que era lo mejor, en la condición del chico era mejor que comiera pequeñas porciones cada dos horas que grandes cantidades de una sola sentada. Sacó la leche de la lumbre, le echó miel y revolvió-toma-le dijo poniéndole la taza frente a él—es para tú garganta.
Al chico le hubiera parecido que era un hombre amable pero la experiencia le había enseñado que todos tienen una doble cara. Tomó con desgano la taza y bebió pequeños sorbos.
—y bien, cómo te llamas—insistió con la pregunta.
El chico no dijo nada.
—si no me lo dices lo averiguó—dijo e inmediatamente se arrepintió pues notó el estremecimiento del menor-diablos-murmuró molesto consigo mismo, deseaba ganarse su confianza, no asustarlo más-miran niño, yo quiero ayudarte pero sino me dices cómo te llamas y que te pasó no puedo hacer nada.
—Deje que…me vaya—alcanzó a decir el chico.
—No.
El chico frunció el ceño—por qué-masculló malhumorado.
—Porque eres un mocoso al que yo atropellé y mi deber es procurar tu bienestar—dijo también molesto.
—No soy un mocoso—dijo y tosió un poco.
—¿Ah no?—dijo burlón.
—¡No!—dijo forzándose a alzar la voz al tiempo que golpeaba con su puño la mesa.
A Gerard le hizo gracia el enojo del muchacho afirmando no ser un mocoso y su apariencia infantil enfundada en un pijama el triple de su talla.
—Tengo diecisiete—dijo frotándose los ojos, comenzaba a dolerle la cabeza.
Gerard notó el malestar del chico, sabía que debía dejarlo descansar pero ya le había dicho su edad, que por cierto le sorprendía, pues parecía ser más chico, ahora tal vez podría sacarle el nombre.
—déjame ir—dijo apartando la taza de sí.
—dime tú nombre—inquirió de nuevo Gerard.
Pero el chico negó con la cabeza, por dentro mantenía una fiera lucha por no doblegarse, lo único que tenía en mente era sobrevivir y escapar.
—está bien—dijo Gerard yendo hacia él—me lo dirás cuando quieras.
El muchacho se levantó, así, uno al lado del otro, quedó patente la gran diferencia de estaturas, 1,52 cm contra 1,95 cm, el más pequeño tembló.
—Me quiero ir—masculló.
—No—dijo simplemente el mayor cargándolo como ya le era habitual.
El sentir como lo levantaba del suelo con tanta facilidad desalentó al menor, no soportó más y hundió su cara en el cuello del mayor para llorar amargamente, la cabeza le daba vueltas, estaba muy cansado y le dolía todo el cuerpo, ese tipo era muy grande y musculoso y la casa demasiado segura, se sentía vencido, totalmente derrotado…sentía que no escaparía esta vez.
Gerard se sorprendió y en un gesto instintivo le acarició la espalda, como no notó resistencia continuó haciéndolo, sentía una gran ternura por el chico, era pequeño y frágil, había soportado una carga terrible, sin duda su tamaño no reflejaba su templanza, pero era demasiado para alguien tan joven. Lo llevó a la recamara mientras el chico tosía de nuevo, lo acostó y le puso la mano en la frente constatando que tenía un poco de fiebre.
—Niño—llamó quedamente para atraer su atención y vio los ojos azules mirarlo con enojo, ignoró eso y le dijo-no te aflijas, no dejaré que nada malo te pase.
El chico frunció el ceño, no entendía la actitud de ese hombre.
—Espera aquí, quieto—le advirtió y salió de la recamara.
El chico quiso levantarse pero le faltaron fuerzas, el cansancio hacía mella en él, poco a poco cerró los ojos y sin darse cuenta se quedó dormido. Gerard buscaba fastidiado las pastillas para el dolor de cabeza, las encontró al final de la gaveta, las tomó junto a una jeringa y una ampolla de antibióticos, esto último lo escondió en su bolsillo, regresó a la recamara y se topó con una bella imagen: el chico dormía con los cabellos rubios desparramados alrededor del rostro, las mejillas sonrosadas por la fiebre y la boca preciosa invitando a ser besada; Gerard tragó grueso y sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos, se acercó a la cama y aprovechó para inyectarle los antibióticos, sabía como hacerlo para que el chiquillo no lo sintiera. Luego se quedó sentado junto a él, por alguna extraña razón no quería separarse del chico, después de una hora y media de estarlo observando con embeleso también se quedó dormido